Para Enrique Con eterno agradecimiento a su brindada amistad
(Si te apetece puedes escuchar el vídeo mientras lees)
Yolanda...
Un día más ha amanecido sin que estés a mi lado, sin esa sonrisa acompañada de un dulce beso, aquél que cada mañana me regalabas al despertar; sin la preciosa tonadilla de tu voz, esa que llenaba de cálida armonía cada momento del día a pesar de nuestros pequeños e inevitables enfados, típicos de la continua convivencia. No puedo cesar de pensar en el inmenso amor que siempre tuvimos el uno por el otro, jamás roto por el paso del tiempo, porque ambos supimos que nos amaríamos eternamente. Sabes muy bien que habría resultado imposible vivir separados, porque entonces nada hubiese valido la pena. Por eso ahora te digo: Yolanda... ¿cómo puedo estar sin ti?
No puedo acostumbrarme a vivir sin recordarte cada día, atormentados y desorientados mis sentidos al saber que nunca volverás a estar conmigo, ni podré recibir de nuevo esa pequeña caricia tuya que siempre guardabas para mí cuando nos sumergíamos en nuestro pasado y me decías lo recompensada que te habías sentido en la vida, solo por no haber dejado nunca de permanecer a tu lado, queriéndote y respetándote, sencillamente amándote de verdad, de la única forma que un hombre puede amar a una mujer, y que no es otra que demostrarle cada día que ella es lo más importante en su vida, y que por ella bajaría del cielo el universo entero si fuera posible, aunque un “te quiero” dicho con el corazón en la mano bastase para enamorarla en cada instante vivido...
Sólo tenías cinco años cuando te cruzaste en mi camino. Yo tenía tres más que tú. Permanecíamos jugando casi todo el día en el borde del camino, allí donde entonces pasaban los rebaños y no había más que solares, cuando hoy aquél mismo lugar está plagado de rascacielos, y en lugar de ovejitas circulan innumerables vehículos de todo tipo.
Una mañana me acerqué a ti y te dije: ¿Quieres ser mi novia? Tú te ruborizaste, escapaste corriendo porque no querías oírme, y porque aquellas palabras… no terminaban de sonarte nada bien.
Pero, al día siguiente, te acercaste tímidamente para decirme un sí, aquel sí que varias veces tuviste que darme en su día, porque nuestro amor creció con nosotros, y en cada etapa de nuestras vidas cada sí era diferente, como aquél beso en la mejilla que me diste aquella misma mañana; como la primera vez en que te pedí que nos cogiéramos de la mano y que jamás volviste a soltar cada vez que estábamos juntos; como aquél romántico día en que te besé en la boca por vez primera cuando solo tenías trece años; aquél día en que te pedí que te casaras conmigo recién cumplidos los dieciocho, haciendo que lágrimas de felicidad resbalaran por tus mejillas, y como aquél sí en el altar, más bella y radiante que nunca, el cual selló nuestra unión, aunque los dos sabíamos que en realidad no hacía falta, porque teníamos claro que nuestras vidas estaban unidas para siempre desde el día en que nos conocimos...
Vimos crecer a nuestros hijos, a nuestros nietos... pero pocos días antes de nacer nuestro primer bisnieto te marchaste, Yolanda… Te fuiste para siempre de mi lado, porque Dios lo quiso así, y solamente por esa razón sigo viviendo, sufriendo en silencio tu ausencia a pesar de lo mucho que te echo de menos, porque amarte sin tenerte cada día a mi lado, unido al terrible pensamiento de que no pueda volver a verte nunca más, me parte el corazón y el alma en miles de pedazos.
Yolanda, vida mía...
Sé que debo comprender, aprender a valorar todo lo bueno que vivimos juntos, las experiencias que compartimos, el bello recuerdo de este amor, y sobre todo estar convencido de que tarde o temprano, cuando llegue el momento, volveremos a reencontrarnos reviviendo nuestro amor, y esta vez ya nada podrá interponerse…
No quiero que mis hijos me vean llorar, aunque resulte imposible disimularlo, pero hoy... hoy hablé con un muchacho, sí, un muchacho que tú conociste, Yolanda, y al que doy eternas gracias por darme la oportunidad de relatarle nuestro amor vivido, de hacerle saber lo mucho que yo te he querido, como jamás ninguna persona haya podido querer a otra en el mundo, y me siento feliz por haberlo hecho, por haberme sentido escuchado, valorado, comprendido, y haciendo valer una vez más, vida mía, el profundo e inmenso amor que siempre he sentido por ti...
Y por todo ello, mi querido amor, desde hoy no volveré a llorar más, a pesar de que no me pueda acostumbrar a estar sin ti, porque bien sé que no te gustaría verme llorar... y por esa misma razón, hoy también te digo:
Yolanda, espérame en el cielo...
© Francisco Arsis Caerols